
Comencé el secundario, en un colegio social militar, porque era el mejor, donde te mantenían a raya, porque era la forma correcta para encarar el futuro. Eso era lo que escuchaba.
Se sentía la fuerza del régimen hasta en los detalles. Filas de alumnos perfectas, un grito de DESCANNNNSO!!! Y la contra orden FIIIIRMES!!! donde se tenía que escuchar un golpe seco y ruidoso en el oído del celador en jefe del colegio.
Si así no era, se repetía tantas veces hasta que lo considerase perfecto. Un régimen militar afuera y dentro de la escuela.
Entre el orden externo y tú revolución interna, era casi imposible ser coherente en la adolescencia, donde adoleces de casi todo, pero mucho más cuando no entiendes casi nada.
Estudiabas porque había estudiar sin encontrar incentivos. En ese momento descubres las respuestas y las contra respuestas que son los abonos para tu inseguridad.
Luego la Universidad, donde se hacía política de carteles y la policía arremetía contra los estudiantes en redadas sorpresa que no terminaban dentro de la misma, sino que se perseguían a los diferentes grupos hasta donde se refugiaran, como los cafés cercanos, allí sin miramientos, arrojaban gases lacrimógenos para luego atacar al que se movía, con insultos, patadas, porrazos y como si eso fuera poco, la policía a caballo corriendo al lado de los que tratábamos de escapar para abalanzarse contra nosotros.
Profesores que para botar estudiantes preguntaban en los exámenes siempre algo fuera de contexto de la materia a rendir, algún hecho que a unos de ellos le interesase, fuera lo que fuere y aunque no perteneciera al tema tratado, tú debías estar informado. Ante la duda o la no respuesta, era considerada la excusa suficiente para que te reprobaran.
También descubrías espías disfrazados de estudiantes, que reconocías por sus movimientos y por como trataban de sacar información sobre la ideología política de alguno de tus compañeros.
La historia seguía…
Autora: Laisabi Sol
Ilustración - Autor: Wilson Borja
www.wilsonborja.com
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